Esta fantasía sexual escatológica se inspira en una de las aventuras extramatrimoniales de Zeus, experto en transformarse para conseguir seducir a diosas y mortales a espaldas de su mujer.

Acrisio, rey de Argos, era padre de Dánae y un oráculo le augura que moriría a manos del hijo que na­ciera de su hija. Para eludir tan trágico si­no, Acrisio encerró a Dánae en una torre de bronce. Pero Zeus, que la deseaba, consiguió poseerla mediante un truco: se metamorfoseó en fina “lluvia de oro” y, deslizándose hasta el seno de Dá­nae a través del techo, se unió a ella, según cuenta Apolodoro. Dánae que­dó así encinta del que luego sería uno de los grandes héroes de la mitología griega: Perseo, el que petrifica a sus enemigos mostrándoles la cabeza de la monstruosa gorgona Medusa.

El involuntario abuelo, temeroso del vaticinio agorero, metió a su hija y a su nieto en un arca que arrojó al mar y acabó derivando, con los dos sanos y salvos, hasta la isla de Sérifos.

Tras muchos avatares, la profecía se cumplió años después, cuando Perseo mató accidentalmente a su abuelo Acrisio; durante una competición, el primero lanzó un disco que el soplo huracanado del destino desvió hacia la sien del anciano.

La Historia del Arte tiene grandes obras de autores de todos los tiempos que recrean e interpretan alegóricamente este mito.

Gentileschi. Dánae. Óleo sobre lienzo. 1621.