Albert Dürer no tuvo reparo alguno en ponerse, delante de sí, la mejor “perspectiva”, aquella que le permitiera desarrollar sus estudios de perspectiva, de ello da fe su deliciosa e insinuante obra de arte «El origen de la perspectiva».
La historia del arte está vinculada a la historia de los mecanismos de la visión. Los artistas han tratado de implementar sistemas de comprensión del espacio que les permitan representar una realidad observada.
Gustave Courbet pintó El origen del mundo en 1866. Fue un encargo de Jalil-Bey, embajador turco en Atenas y San Petersburgo afincado en París. Este escondió el cuadro en su cuarto de baño tapado por otro cuyo tema era ciertamente opuesto: una fortaleza bajo la nieve. Vendió El origen en 1868 y el cuadro pasó oculto de mano en mano durante años, hasta que en 1955 lo compró el psicoanalista Jacques Lacan. Tras la muerte de Lacan, que también lo escondía de sus visitantes, la obra pasó a formar parte del patrimonio del Estado francés en 1981. Desde 1995 se expone en el Museo d’Orsay en París. Según Román Gubern, el cuadro es revolucionario por dos motivos: en primer lugar, el sacrilegio del título, que asocia la Creación divina con la biología, y, en segundo lugar, al poner de relieve el orificio sexual y eliminar el rostro de su propietaria lo que supuso el principio de la mirada pornográfica.
La foto de Helmut Newton junto al «Origen del Mundo» de Courbet nos situa de lleno en el «Voyeurismo«. Esta práctica en la vida cotidiana tiene sus riesgos y es reprobable e improcedente, pero si usted se pone de acuerdo con una mujer, en la privacidad de ambos usted podrá disfrutar de sus necesidades y fantasías. Mirar es bello y en su justa medida es un placer. Muchas mujeres son altamente exhibicionistas por lo que en sus citas con un voyeur se producen encuentros muy satisfactorios.